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Arte y territorio. Inestabilidades y límites simbólicos.

Fotografía: Ana Laura Galarza

La “comunidad de individuos” nunca ha existido, sin embargo podría decirse que su inexistencia nunca había sido tan intensa como en la actualidad.

Sergio Rojas

No ha sido fácil determinar con exactitud el paisaje que la globalización y los mercados han instalado en la experiencia del mundo. Pocas veces hemos asistido a la instauración de una doctrina publicitaria tan arrolladora la de la idea de “cultura global”. Tal vez desde los tiempos de la exaltación del “progreso” como objetivo final y santificador del movimiento de los seres humanos que no veíamos en nuestra cotidianeidad un armazón tan poderoso como el que ahora intenta presentarnos como ciudadanos del mundo, cosmopolitas partícipes de un proceso de nivel planetario, interconectados, cómplices, multinacionales. Hoy nos enfrentamos directamente con ese slogan que, además de arrogante, es completamente imaginario.

El sujeto no se ubica en el mundo desde el papel de constructor de una cultura global. Lejos de eso, el paso de la maquinaria globalizante ha obligado al repliegue y, como indica Sergio Rojas, nos ha vuelto individuos consumidores de las imágenes de la realidad. Nos inclinamos equívocosante la conquista de un nuevo territorio sin límites, el mundo completo, pasando por alto el hecho de que el único espacio desde el cual se nos permite ejercer algo de nuestro potencial político es el territorio demarcado y cercado de nuestra individualidad: recorriendo tal sitio de Internet, informándonos de una noticia al otro lado del mundo o entendiendo como propio el sentido del humor de una serie norteamericana. Quizás lo único verdaderamente globalizado sea la condición permanente de extranjería.

Las consideraciones territoriales se vuelven vacías, entonces, si no consideran una idea común de cultura, que no es lo mismo que pensar en una cultura común. En cuanto existe comunión en la construcción simbólica de determinado grupo de sujetos, es posible abrir una puerta a la posibilidad de habitar territorios.

Durante los próximos minutos intentaré establecer un espacio para nuestro territorio, distanciado ya de la mera representación; me refiero a la elaboración política de símbolos, gestualidad utópica, pequeños y no tan pequeños intersticios de acción.

I El territorio flexible.

Pensar en territorio es, en primer lugar y gracias la herencia del sistema educativo, pensar en límites geográficos y políticos. Así, a modo de ejemplo, sabemos que la Cordillera de los Andes es el límite geográfico natural que separa el territorio chileno del argentino; que por un asunto histórico/abusivo el mapa político de África está casi perfectamente cuadriculado, y que por razones similares Bolivia no tiene hoy salida soberana al mar.

¿Qué lugar tiene el ser humano y los grupos sociales en estas definiciones espaciales? Ninguna, podríamos responder sin pensarlo por demasiado tiempo. El territorio político como propiedad única de una nación, poseedora por tanto de una cultura común, queda en entredicho, suspendida en acuerdos de gran solemnidad histórica. Cabe entonces preguntarse qué papel juegan estos elementos heredados y estables en la conformación de de la identidad común de un grupo determinados de personas.

El año 2002 el artista belga radicado en México Fracis Alys realiza una intervención colectiva en las afueras de Lima, Perú, en el contexto de la III Bienal de Arte de dicha ciudad. La primera etapa de la acción consiste en reunir a 500 voluntarios en la ladera de una duna de 500 metros de diámetro para luego, en un etapa siguiente, mover a fuerza de pala la duna completa, llevando cada participante porciones de tierra hasta la otra ladera. El resultado fue conseguir una variación de unos pocos centímetros de la ubicación de la forma geológica.

“Cuando la fe mueve montañas”. Una nominación que desacraliza el asunto de la fe, siempre tan trans-histórica, tan sin espacio ni tiempo preciso. Se asegura Alys de quitar el absoluto la fe no mueve montañas siempre ni por sí misma y construye un contexto espacio-temporal preciso para la utopía: sienta las condiciones particulares para la acción de la fe que, en este caso, depende completamente del trabajo conjunto de un grupo de seres humanos organizados a gran escala para lograr un resultado físico imperceptible. La voluntad humana, la combinación de esfuerzos apuntan aquí a un rendimiento que es totalmente simbólico.

Me interesa proponer la idea de un territorio flexible, sujeto a los movimientos de la vida, sean estos efectuados a voluntad o no. Del lado de éstos últimos, nos encontramos con uno de los trabajos del artista español Santiago Sierra. Se trata de “Línea de 250 cms. tatuada sobre 6 personas remuneradas”, realizada el año 1999 en La Habana, Cuba, para la cual Sierra paga $30 a seis jóvenes voluntarios desempleados, en cuyas espaldas tatúa una línea continua.

La estética remunerada instalada utiliza como procedimiento los parámetros del mercado para la realización del mencionado rendimiento simbólico, ofreciendo a cada participante un mejor pago que el que éste recibe en su vida laboral común, como lo ha aclarado el mismo artista. El recurso alcanza el primer nivel de significado de la obra, dejando en una segunda instancia la real delimitación geopolítica (y biopolítica) que esta acción representa: esa línea sobre seis personas, ciudadanos de La Habana, dibujada tal y como se han dibujado las líneas limítrofes de los países y estados, tiene la propiedad de la incertidumbre. Para esas personas el futuro es especialmente impredecible: tal vez alguno consiguió un trabajos en los meses siguiente; tal vez otros emprendieron el camino fuera de la isla y en esa empresa, tal vez murieron; o tal vez tuvieron mejor suerte, y llegaron a un país extraño y cruel, en donde fueron sometidos al trabajo explotador con el que se suele emplear a los inmigrantes sin dinero. Cada uno está ahora a su suerte, y la línea continua tenía un solo instante de existencia: aquí el territorio, el de características humanas, se ha roto por completo. La línea que dibuja el límite de la patria se ha quebrado para siempre.

II Santiago capital.

Si tuviéramos que fijar un territorio del que la disputa sea la característica por excelencia, no tardaríamos en pensar en la ciudad. La organización urbana es tantas cosas a la vez que resulta difícil aprehenderla desde una sola mirada. El espacio público se transparenta con el privado, los movimientos son rutinarios y a veces violentos: el hogar y la batalla a la vuelta de cada esquina.

A comienzos de este año la revista norteamericana The New York Times escogió a Santiago de Chile como uno de los destinos más interesantes para visitar este 2011. Como fundamento de esta elección se señala que “durante los últimos años la ciudad ha añadido museos modernos, con hoteles elegantes y restaurantes sofisticados. La ciudad de Santiago se ha convertido decididamente en una más vibrante"[1]

No es necesario aclarar que esas descripciones de catálogo de viaje nada tienen que ver con los elementos que vuelven interesante una ciudad. Menos una como Santiago. La principal ciudad de Chile dedica todos sus esfuerzos mediáticos por armar diariamente un juego de apariencias que, a juzgar por el artículo de New York Time, le resulta bastante bien. Sin embargo, Santiago es otra cosa. El desarrollo urbano ha dejado espacios vacíos inhabitables, a medio camino entre la ciudad y el abandono, y una enorme masa humana viviendo con un bienestar frágil a crédito.

En el año 2008, la artista mexicana-ecuatoriana Ana Laura Galarza, por entonces radicada en Chile, comenzó a desarrollar un proyecto de corte experimental bajo el nombre de “Colonización simbólica: cultivos de subsistencia”. Consiste en una investigación de técnicas para el cultivo de alimentos en espacios residuales producidos por el desgaste de la urbanización. Así, sembró distintas semillas, frutos y vegetales, en lugares como hoyos de la calle, grietas de las veredas, descalces de la construcción. Utiliza también recipientes desechables como envases de huevo y cajas de anticonceptivos para el mismo fin. En un pequeño gesto levanta un código, real y absurdo a la vez, donde toca temas tanto formales los desplazamientos, el pliegue, el intersticio como políticos: lo industrial, lo urbano, lo utópico, la subsistencia. Como dato anecdótico aparte, en vista de los dramáticos efectos de desabastecimiento que el boicot estaba provocando en Chile el entonces Presidente de la República, Salvador Allende, se dirigió al país recomendando el cultivo personal de alimentos en cada hogar chileno.

Lo límites entre lo público y lo privado son tan relativos y difusos como los límites del arte. La avalancha de los Reality Show ha obligado a revisar las categorías del espectáculo y la realidad. Si bien en ellos se muestra en tiempo real el comportamiento de un grupo de seres humanos viviendo en comunidad, nada nos parece más alejado de lo real que esa trama de envidias, pequeñeces y exhibicionismo. Me atrevo a aventurar una razón para esa lejanía: nada de lo que ahí sucede tiene que ver con uno.

Algo similar puede observarse en la realización de cierto tipo de estrategias artísticas. Lejos de conformar espacios cercanos, las obras muchas veces nos parecen el fruto de un guión premeditado y acabado. La distancia entonces entre el espectador y el objeto es enorme e insalvable.

En el año 2009 realicé un trabajo llamado “Señales de humo (se cuenta el milagro pero no el santo)” que tenía dos objetivos primordiales. El primero era experimentar con la reducción de dicha distancia, desplazando al espectador desde su lugar tradicional a uno mucho más cercano al origen mismo de la obra. El segundo objetivo era tensionar lo más posible el espacio público y el espacio privado. Para ello se abrió un sitio web en donde las personas podían contar de manera anónima y libremente un secreto. Los únicos requisitos eran que el secreto fuera propio y que la redacción de este no superara los 60 caracteres. Al cabo de algunos días, el mismo sitio informó sobre un día y una hora, el Viernes 3 de Julio a las 9 de la noche, y una coordenada en un sector céntrico de la ciudad –Eliodoro Yañez esquina Providencia, una de las avenidas más importantes y transitadas de Santiago –. Ahí, se prometió, todos podrían conocer los secretos recolectados. En dicho lugar se colgó un cartel electrónico en el que durante dos horas pasaron una a una las intimidades compartidas, la gran mayoría de carácter amoroso o sexual. Considerando la tensión buscada entre lo público y lo privado, el lugar escogido no es aleatorio y corresponde al balcón del departamento en el que yo vivía, es decir, exactamente mi límite personal público/privado.

III Exclusión

La idea de generar instancias y apropiaciones del espacio público para posibilitar la reunión de personas, presente en el trabajo mencionado, se relaciona en ese caso con la idea un arte participativo. Si bien esa denominación es discutible, es posible identificar dentro de las obras construidas materialmente con personas, algunas cuyo sentido de participación es inclusivo. En esta última parte quisiera referirme a demarcaciones de territorio que actúan con la estrategia contraria, la de la exclusión, como develamiento de prácticas sociales ya presentes.

En diciembre del año 2009 en el contexto de la exposición colectiva “El Graduado”, en el Centro Cultural Matucana 100 (quizás uno de los centros culturales más visitados de Santiago de Chile), el artista colombiano Nicolás Cadavid presentó (u ocultó) su obra “Los artistas la tienen grande”. El trabajo consistió en la colocación de pequeños espejos sobre cada urinario del baño destinado al público masculino que, por su ubicación y ángulo, reflejaban únicamente el órgano sexual de quien estuviera utilizándolos.

Llama la atención, en primer lugar, el sistema construido, en que el espectador inesperadamente es atrapado, sin consulta previa. En un segundo nivel, la intervención del espacio de exhibición y el cambio de sentido que posibilita el reflejo del espejo, genera una duplicidad al convertir al espectador en exhibido, en un ejercicio opuesto a la relación de la “fase del espejo” lacaniana: recrea el momento de la parte exclusivamente, quitándola del contexto en el cual conforma un todo. Pero estas constataciones iniciales dan paso a una mayor, que tiene que ver con la sectorización que la obra consiguió pues, en una simbolización completa de los círculos de poder del centro instaurado, podría decirse—, la obra pasó inadvertida para gran parte de la concurrencia; el nombre del artista y de su obra estaban en el catálogo de la exposición, pero no era posible encontrarla en la sala. Para los único que no pasó inadvertida fue para los hombres que fueron al baño.

El territorio esbozado se convierte en privilegio de algunos, si bien la adjetivación de privilegio podría ser en este caso discutible. Las acciones artísticas, en este sentido, no sólo se despliegan en dirección de lo utópico o la creación de espacios ideales, sino que también actúan como resonancia de las disfunciones sociales, poniendo el foco en aquello que, cínicamente, hemos ignorado.

Como segundo y último ejemplo de estas prácticas, quisiera mencionar brevemente otra obra de Santiago Sierra, esta vez realizada en el mismo lugar que el trabajo de Cadavid: el Centro Cultural Matucana 100, de Santiago de Chile. “Los Adultos” consiste en la instalación de un sistema sonoro utilizado en algunos centros comerciales ingleses para evitar el ingreso de adolescentes. Se trata de un molesto sonido ultrasónico llamado “Mosquito”, audible sólo para menores de 25 años, aunque perceptible para algunos mayores de 30. Sierra instaló una copia del sonido “Mosquito” al interior de la sala y al exterior de esta.

IV Cierre

La posibilidad de administración de nuevos territorios en el campo de lo simbólico ha empujado al arte fuera de sus espacios tradicionales. De la misma forma, nos encontramos ante una nueva ruta de prácticas artísticas que tienen como objetivo una re-medición de las cosas. No ha sido fácil la comprensión del mundo globalizado ni de los límites de estos nuevos territorios. Los contextos cambiantes exigen una movilidad de las relaciones y, por lo tanto, de nuestra capacidad simbólica. Es bajo esta idea que el arte se convierte en un agente para la recalificación de los terrenos humanamente inabarcables, como el mundo globalizado: los improbables, los imaginarios, los absurdos y utópicos. La elaboración simbólica del dolor[2] en cualquiera de sus planos, se convierte gradualmente en nuestra tarea, como artistas, como sujetos, de manera que las nuevas concepciones territoriales de las que intentamos participar no pasen por alto, por muy obvia que esta sea, la escala inicial de los cuerpos vivos.



[1] Diario El Mercurio, edición online. http://www.emol.com/noticias/internacional/detalle/detallenoticias.asp?idnoticia=457229, consultado el 5, de marzo de 2011.

[2] Rojas, Sergio. “Cuerpo y Globalización. Escalas de percepción”.


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Desperdicio Impecable


(Texto escrito para la exposición "Diseminación", de Rosario Carmona en Galería Die Ecke, Santiago de Chile, 2009)

No es posible determinar el momento exacto en que una cosa comienza a parecer otra. Sin embargo, y contra todo nuestro esfuerzo, ese momento llega. A veces esa cosa comienza a parecerse a nada, como si entrara en un espacio sin dioses ni leyes: por ejemplo, cuando se repite muchas veces una palabra, sucesivamente, y al cabo de un rato ya ni se sabe qué significa. Se nos es imposible saber cuándo exactamente eso que teníamos tan bajo control, tan codificado, se convierte en un sonido, o un ruido, o un borrón en el espacio. No se puede saber con precisión.

Pero de que pasa, pasa.

Y todo lo que queda en el estado anterior, aquel que estaba lleno de ideas perfectamente asociables a su respectiva representación, se convierte en desperdicio. Entonces, ¿dónde quedó nuestra distancia, nuestra pronunciación perfecta, cuando eso tan exclusivamente humano que decíamos a voluntad una y otra vez se apoderó de nosotros y nos convirtió en puro ruido?

Desperdicio de esa costumbre de mirar las obras de frente y a un metro cuando sin darnos cuenta estamos dentro de ella. Desperdiciados recipientes plásticos que de tanto y tantos no sabemos si son de la colación de ayer o pura basura intacta. Valioso o no tan valioso tiempo lanzado al aire para repetir innumerables veces el mismo gesto de amontonar materia de la más noble -léase entre unas comillas que no me dio la gana poner - una y otra vez, pensando que son moscas, o pensando que son nada, como quién abusa de la palabra menos deseada. Desperdicio de cualquier experiencia atesorada si en un momento no se sabe si verse seducido o repugnado, de si esto está clínicamente limpio o es invisible material en descomposición. Si nada nos da una pista de si vamos hacia lo más dulce o derechamente a la descomposición más impecable.
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Marlene Dietrich y la perla perdida

(extracto de la tesis "Circuitos de voluntad y límite. Hallazgos en el margen de la memoria", conducente al grado de Magíster en Artes con mención en Artes Visuales de la Universidad de Chile, 2009)

En 1934, Marlene Dietrich iba de paseo a una montaña rusa en Blackpool, Inglaterra, invitada por el director del parque de entretenciones Pleasure Beach. La actriz decidió subir al juego y durante una parte del recorrido perdió uno de los aros de perla con engarces de oro que llevaba puestos para la ocasión. La pérdida causó mucha preocupación en ella, hasta llegar incluso a pedir a las autoridades del parque de diversiones que lo buscaran, sin nunca llegar a recuperarlo.

Ronda la pregunta de qué significado tan especial tenía para una persona como Marlene Dietrich esa pieza en particular; qué apego personal había ahí que hizo que la actriz pidiera expresamente su búsqueda. Pues bien, la primera idea acerca del valor material del objeto puede ser desechada rápidamente en el contexto de glamour y fama que rodeaba a esta figura del Hollywood de la primera mitad del siglo pasado. Me inclino entonces a lanzar una teoría acerca del valor sentimental —autobiográfico, por defecto— que este aro tenía para ella.
Pero más allá de especular acerca de esto (por no tener mayores datos) me pregunto por esa búsqueda, que de seguro movilizó al personal del parque. ¿Cuál es la posibilidad real de encontrar un aro, un objeto con características de miniatura, en un espacio que contiene (sólo para dar una relación de escala) estructuras como una montaña rusa?
La figura bíblica de la aguja en un pajar aparece como referencia inmediata, manteniendo obviamente (que no se malentienda) las proporciones entre la entrada de un pecador al Reino de los Cielos y el hallazgo de un accesorio de moda en un parque de diversiones. ¿En qué reside verdaderamente la voluntad de este hallazgo?

Vale especificar, primero, que ese aro es una parte, ínfima si se quiere, del gran total que puede representar tanto entonces como ahora una figura icónica como la de Marlene Dietrich. Es una parte que en su momento tenía la validez que siempre tienen las nimiedades que preocupan a las estrellas y que hoy, con la distancia del tiempo, adquiere la dimensión de anécdota que actúa como una historia paralela a la historia del ícono.

Es esa propiedad de historia paralela la que quiero destacar en mi trabajo. Una anécdota que sucede en un tiempo paralelo al acontecimiento de los grandes hechos y se vincula con ellos indiscriminadamente, como si se tratara de un accidente o un hecho circunstancial. La enorme figura de la cultura de elite que de pronto deja al descubierto cantidad de pequeñas figuras amarillas, amarillistas, acontecimientos menores, mínimos, carentes de trascendencia. Pues de la misma forma en que el aro de Dietrich suma inevitablemente su total, si es que pudiese existir como tal, no tiene que ver con la historia pública, con el grueso que la constituye en ícono.

De esos hallazgos, a veces menores en su condición pura y otras veces conscientemente minimizados, es desde donde construyo las narrativas de mi trabajo esperando que hagan eco en el espectador anónimo, cotidiano, que tiene en su día a día una inmensa mayoría de acontecimientos de este mismo orden.
Importancia fundamental tiene en este aspecto lo que nombré antes como parte (1) , pues es ahí donde la figura se inserta en el escenario nuevo, donde se recontextualiza, donde encuentra (o sólo busca, tal vez) su nuevo sentido. Y es ahí donde la inclusión de esta historia absolutamente irrelevante de la perla perdida de Marlene Dietrich en el contexto de esta tesis tiene la posibilidad de obtener alguna justificación. Pues en una parte de la cultura popular, presente a destajo en los trabajos que realizo, es posible encontrar con algo de voluntad (esa voluntad del hallazgo) las conexiones para cierta cultura local completa. Porque es en esa historia que llamé paralela —entiéndase paralela a las estructuras de poder— donde existe la oportunidad de vincularse a la alta cultura, a los señuelos de la historia de los libros hoy necesariamente llena de ilustraciones e imágenes. Este fragmento es el que permite la presencia de las figuras que excluye, una parte que no puede nunca dejar de hacer mención a una ilusión de total, aun cuando este no es más que otro fragmento. De estas pequeñas partes es desde donde parto mi trabajo, entendiendo que en su unión con otras pequeñas partes se configura aquella estructura paralela a esa otra constituida por las grandes partes.

Porque al fin y al cabo en la perla de Marlene Dietrich estaba Marlene Dietrich entera.

He tomado la escritura de este texto como el ejercicio de dar contexto y definición a los procedimientos que organizo en mi trabajo, definiendo los grandes temas y características que en él se presentan buscando relaciones posibles tanto con los campos a los que obligadamente se vincula —la historia del arte, el cine, etc.— como con los que el nexo es inevitable: las canciones, los dichos populares, los juegos, la cotidianeidad. La anécdota de la joya perdida se presenta como la figura necesaria pabra sentar la base de lo que busco en mi trabajo, el sistema de vinculaciones que en este trabajo quisiera explicar. Pero por sobre todo, en el desarrollo de esta tesis, espero dar luces de las características a las que quiero volcar mi trabajo presente y futuro, las nuevas cosas que aparecen dentro de mi interés de producción artística y las nuevas formas de operar que en estos dos últimos años se han desarrollado. En el fondo, sentar los precedentes de mis obras pasadas para constituir una idea de creación venidera.

Tengo la necesidad, en este momento introductorio, de aclarar que el año 2007, mientras se hacían trabajos de mantenimiento en un lago artificial en un antiguo parque de diversiones en Blackpool, Inglaterra, el personal que ahí trabajaba encontró en las profundidades del lago vacío un aro de perla que Marlene Dietrich perdió en el lugar setenta y tres años atrás.

Importante es aclarar también que junto a la joya se encontraron un ojo de vidrio, un bisoñé, un sujetador y 85 libras en pequeñas monedas (2).

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(1) Se trata aquí esta palabra otorgándole una dimensión de concepto mayor, destacando su dimensión simbólica y poética, en atención al tropo de la sinécdoque y su papel en la historia del arte, desde la tradición del collage hasta nuestros días.
(2) Información extraída del portal El mundo, http://www.elmundo.es, consultada el 04/04/2009.